miércoles, 5 de febrero de 2014

Manuel Azaña, o la tragedia del liberalismo y del republicanismo español





Manuel Azaña, castellano por nacimiento y por arraigo espiritual fue, no obstante, el defensor principal de las autonomías regionales y muy especialmente de la catalana. Impulsor del Estatuto en las Cortes del régimen republicano de 1931

Azaña fue visto en su tiempo por ciertos jefes de la izquierda revolucionaria (e incluso de la derecha más extremista) como el esperado cirujano de hierro que curase los males de su nación española. Símbolo del orden para unos, de la demolición para otros.

En un discurso en Bilbao en 1933, Azaña proclamaba: “Y lo que yo quisiera es que la generación  que nos suceda no se encuentre nunca dentro de este terrible problema: sentirse español en los huesos y en la sangre, y decir: Esta España yo no la quiero, queremos otra mejor”.

Para Azaña España necesitaba una transformación moral antes de iniciar un cambio fundamental político y social. Antes incluso que la revolución constitucional era necesaria  “la transformación moral del individuo”. Para Azaña los españoles que aspiran a gobernar la nación deberían someterse a una disciplina moral e intelectual que hiciera de ellos hombres, o más precisamente, españoles nuevos.  Pero Azaña no era un moralista. Para Azaña lo más importante era capacitarse para “ganar las instituciones”, los organismos del poder gubernamental y echar de él a los covachuelistas y a los corruptos.

Cuando tras la Huelga General Revolucionaria de 1934, en noviembre de 1934 Azaña se encuentra preso en el puerto de Barcelona a bordo del Galiano, redacta un alegato defensivo Mi rebelión en Barcelona, en el que carga contra Lerroux y los republicanos que han abierto el camino a la CEDA al gobierno, su alegato que es premonitorio:

Recuerda al verso que veíamos ayer de don Antonio Machado En Poema de un día-Meditaciones rurales: “creer, creer y creer “…

La credulidad de muchas gentes puede engendrar terribles disparates si el gobierno de España recae en gente sin mundo, ni tacto, cuya sensibilidad política no sea una fase de la sensibilidad personal cultivada, sino astrosa indumentaria corcusida con barreduras de redacción y aculotada con chabacanerías de comité suburbano” (Nótese el uso de términos de prmítaseme, costurero remendón, "artesano", de Azaña que tiene un aire como de masonería remendona)

Manuel Azaña quiere marcar tajantemente el contraste humano entre los políticos profesionales y los hombres que como él han llegado a la política tras una larga e intensa preparación intelectual: el acoplar dos vocablos tan dispares como “sensibilidad” y “política” era una expresión que equivalía a “agudeza”.

Azaña, hombre de conciencia histórica, sabía que el equiparar sensibilidad política y cima de la cultura personal repetía en 1930 muy tradicionales conceptos del pensamiento occidental. Desde la Grecia clásica hasta los caballeros racionales del siglo XVIII se reitera la aspiración a hacer de los gobernantes hombres de orientación intelectual o a hacer de los intelectuales hombres de gobierno. Un escritor nada reaccionario, Émile Zola,( el Zola de J’accuse…pero antes de su alegato…) decía en 1895 que existía un verdadero foso entre la minoría intelectual (“l’élite de la nation”) y los gobernantes de Francia. Los puestos de mando estaban en manos de “entrepreneurs de bâtisse social”, gentes de muy poca preparación cultural.

Azaña hizo política como secretario del Ateneo. Gracias al Ateneo había podido estar en la política sin hacer política. En una declaración en sus Diarios de 1932 dice: “No puede llegarse normalmente a la cumbre del poder político y conservar la integridad y entereza del propio ser…Yo no he hecho carrera [política] y estoy interiormente tan recio y tan en mi ser como hace veinte años…Esta es una ventaja que raramente puede disfrutarse cuando no hay revolución."

En 1924, un año antes de fundar su partido político Acción Republicana, Azaña escribe: “Un pueblo en marcha, gobernado con buen discurso, se me representa de este modo: una herencia histórica corregida por la razón”. Pero Azaña no deja de ser un intelectual liberal. Ya en 1934, ante partidarios suyos exclamaba: “Hay una intimidad, una última fibra donde reside el latido de la fibra moral que uno no deja profanar por nadie, que yo no puedo sacrificar ni a la República ni a la Revolución”. Señalando el conflicto interno de la civilización liberal burguesa. Al  “yoísmo” liberal se añade en Azaña el personalismo ibérico, al egotismo del burgués se añade el “yo sé quién soy” del hidalgo castellano.

Inspirado en Juan Marichal: El secreto de España, Ensayos de historia intelectual y política, Taurus, Madrid, 1995

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