Azaña fue visto en su tiempo por
ciertos jefes de la izquierda revolucionaria (e incluso de la derecha más
extremista) como el esperado cirujano de hierro que curase los males de su
nación española. Símbolo del orden para unos, de la demolición para otros.
En un discurso en Bilbao en 1933,
Azaña proclamaba: “Y lo que yo quisiera es que la generación que nos suceda no se encuentre nunca dentro
de este terrible problema: sentirse español en los huesos y en la sangre, y
decir: Esta España yo no la quiero, queremos otra mejor”.
Para Azaña España necesitaba una
transformación moral antes de iniciar un cambio fundamental político y social.
Antes incluso que la revolución constitucional era necesaria “la transformación moral del individuo”. Para
Azaña los españoles que aspiran a gobernar la nación deberían someterse a una
disciplina moral e intelectual que hiciera de ellos hombres, o más
precisamente, españoles nuevos. Pero
Azaña no era un moralista. Para Azaña lo más importante era capacitarse para “ganar
las instituciones”, los organismos del poder gubernamental y echar de él a los covachuelistas
y a los corruptos.
Cuando tras la Huelga General Revolucionaria de 1934, en noviembre de 1934 Azaña se encuentra preso en el puerto de
Barcelona a bordo del Galiano, redacta un alegato defensivo Mi rebelión en
Barcelona, en el que carga contra Lerroux y los republicanos que han abierto el
camino a la CEDA al gobierno, su alegato que es premonitorio:
Recuerda al verso que veíamos
ayer de don Antonio Machado En Poema de un día-Meditaciones rurales: “creer, creer y creer “…
“La credulidad de muchas gentes
puede engendrar terribles disparates si el gobierno de España recae en gente
sin mundo, ni tacto, cuya sensibilidad política no sea una fase de la
sensibilidad personal cultivada, sino astrosa indumentaria corcusida con
barreduras de redacción y aculotada con chabacanerías de comité suburbano” (Nótese
el uso de términos de prmítaseme, costurero remendón, "artesano", de Azaña que tiene un aire como de masonería remendona)
Manuel Azaña quiere marcar
tajantemente el contraste humano entre los políticos profesionales y los hombres
que como él han llegado a la política tras una larga e intensa preparación
intelectual: el acoplar dos vocablos tan dispares como “sensibilidad” y “política”
era una expresión que equivalía a “agudeza”.
Azaña, hombre de conciencia
histórica, sabía que el equiparar sensibilidad política y cima de la cultura
personal repetía en 1930 muy tradicionales conceptos del pensamiento
occidental. Desde la Grecia clásica hasta los caballeros racionales del siglo
XVIII se reitera la aspiración a hacer de los gobernantes hombres de
orientación intelectual o a hacer de los intelectuales hombres de gobierno. Un
escritor nada reaccionario, Émile Zola,( el Zola de J’accuse…pero antes de su
alegato…) decía en 1895 que existía un verdadero foso entre la minoría
intelectual (“l’élite de la nation”) y los gobernantes de Francia. Los puestos
de mando estaban en manos de “entrepreneurs de bâtisse social”, gentes de muy
poca preparación cultural.
Azaña hizo política como
secretario del Ateneo. Gracias al Ateneo había podido estar en la política sin
hacer política. En una declaración en sus Diarios de 1932 dice: “No puede
llegarse normalmente a la cumbre del poder político y conservar la integridad y
entereza del propio ser…Yo no he hecho carrera [política] y estoy interiormente
tan recio y tan en mi ser como hace veinte años…Esta es una ventaja que
raramente puede disfrutarse cuando no hay revolución."
En 1924, un año antes de fundar
su partido político Acción Republicana, Azaña escribe: “Un pueblo en marcha,
gobernado con buen discurso, se me representa de este modo: una herencia
histórica corregida por la razón”. Pero Azaña no deja de ser un intelectual
liberal. Ya en 1934, ante partidarios suyos exclamaba: “Hay una intimidad, una
última fibra donde reside el latido de la fibra moral que uno no deja profanar
por nadie, que yo no puedo sacrificar ni a la República ni a la Revolución”.
Señalando el conflicto interno de la civilización liberal burguesa. Al “yoísmo” liberal se añade en Azaña el
personalismo ibérico, al egotismo del burgués se añade el “yo sé quién soy” del
hidalgo castellano.
Inspirado en Juan Marichal: El secreto de España, Ensayos de historia
intelectual y política, Taurus, Madrid, 1995
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