El 7 de noviembre de 1917, los líderes bolcheviques
Vladimir Ilich Lenin y León Trotsky lideraron a los revolucionarios de
izquierda en una revuelta contra el ineficaz Gobierno Provisional (Rusia aún
estaba usando el calendario juliano, de modo que las fuentes del momento citan
la fecha como 25 de octubre). La Revolución de Octubre culminó la fase
revolucionaria instigada en febrero, reemplazando el gobierno parlamentarista
provisional, encabezado por Kerensky, por el poder organizado y deliberativo de
los soviets obreros, soldados y campesinos, verdaderos organismos de
participación política y asamblearia por parte de las clases trabajadoras.
l leer los periódicos, al leer el conjunto de noticias que
la censura ha permitido publicar, no se entiende fácilmente. Sabemos que la
revolución ha sido hecha por proletarios (obreros y soldados), sabemos que
existe un comité de delegados obreros que controla la actuación de los
organismos administrativos que ha sido necesario mantener para los asuntos
corrientes. Pero ¿basta que una revolución haya sido hecha por proletarios para
que se trate de una revolución proletaria? La guerra la hacen también los
proletarios, lo que, sin embargo, no la convierte en un hecho proletario. Para
que sea así es necesario que intervengan otros factores, factores de carácter
espiritual. Es necesario que el hecho revolucionario demuestre ser, además de
fenómeno de poder, fenómeno de costumbres, hecho moral. Los periódicos
burgueses han insistido sobre el fenómeno de poder; nos han dicho que el poder
de la autocracia ha sido sustituido por otro poder, aún no bien definido y que
ellos esperan sea el poder burgués. E inmediatamente han establecido el
paralelo: Revolución rusa, Revolución francesa, encontrando que los hecho se
parecen. Pero lo que se parece es sólo la superficie de los hechos, así como un
acto de violencia se asemeja a otro del mismo tipo y una destrucción es
semejante a otra.
No obstante, nosotros estamos convencidos de que la
Revolución rusa es, además de un hecho, un acto proletario y que debe
desembocar naturalmente en el régimen socialista. Las noticias realmente
concretas, sustanciales, son escasas para permitir una demostración exhaustiva.
Pero existen ciertos elementos que nos permiten llegar a esa conclusión.
La Revolución rusa ha ignorado el jacobinismo. La revolución
ha tenido que derribar a la autocracia; no ha tenido que conquistar la mayoría
con la violencia. El jacobinismo es fenómeno puramente burgués; caracteriza a
la revolución burguesa de Francia. La burguesía, cuando hizo la revolución, no
tenía un programa universal; servía intereses particulares, los de su clase, y
los servía con la mentalidad cerrada y mezquina de cuantos siguen fines
particulares. El hecho violento de las revoluciones burguesas es doblemente
violento: destruye el viejo orden, impone el nuevo orden. La burguesía impone
su fuerza y sus ideas no sólo a la casta anteriormente dominante, sino también
al pueblo al que se dispone a dominar. Es un régimen autoritario que sustituye
a otro régimen autoritario.
La Revolución rusa ha destruido al autoritarismo y lo ha
sustituido por el sufragio universal, extendiéndolo también a las mujeres. Ha
sustituido el autoritarismo por la libertad; la Constitución por la voz libre
de la conciencia universal. ¿Por qué los revolucionarios rusos no son
jacobinos, es decir, por qué no han sustituido la dictadura de uno solo por la
dictadura de una minoria audaz y decidida a todo con tal de hacer triunfar su
programa? Porque persiguen un ideal que no puede ser el de unos pocos, porque
están seguros de que cuando interroguen al proletariado, la respuesta es
indudable, está en la conciencia de todos y se transformará en decisión
irrevocable apenas pueda expresarse en un ambiente de libertad espiritual
absoluta, sin que el sufragio se vea adulterado por la intervención de la
policia, la amenaza de la horca o el exilio. El proletariado industrial está
preparado para el cambio incluso culturalmente; el proletariado agrícola, que
conoce las formas tradicionales del comunismo comunal, está igualmente
preparado para el paso a una nueva forma de sociedad. Los revolucionarios
socialistas no pueden ser jacobinos; en Rusia tienen en la actualidad la única
tarea de controlar que los organismos burgueses (la Duma, los Zemtsvo) no hagan
jacobinismo para deformar la respuesta del sufragio universal y servirse del
hecho violento para sus intereses.
Los periódicos burgueses no han dado ninguna importancia a
este otro hecho: los revolucionarios rusos han abierto las cárceles no sólo a
los presos políticos, sino también a los condenados por delitos comunes. En una
de las cárceles, los reclusos comunes, ante el anuncio de que eran libres,
contestaron que no se sentían con derecho a aceptar la libertad porque debían
expiar sus culpas. En Odesa, se reunieron en el patio de la cárcel y
voluntariamente juraron que se volverían honestos y vivirían de su trabajo.
Esta noticia es más importante para los fines de la revolución que la de la
expulsión del Zar y los grandes duques. El Zar habría sido expulsado incluso
por los burgueses, mientras que para éstos los presos comunes habían sido
siempre adversarios de su orden, los pérfidos enemigos de su riqueza, de su
tranquilidad. Su liberación tiene para nosotros este significado: la revolución
ha creado en Rusia una nueva forma de ser. No sólo ha sustituido poder por
poder; ha sustituido hábitos por hábitos, ha creado una nueva atmósfera moral,
ha instaurado la libertad del espíritu además de la corporal. Los
revolucionarios no han temido poner en la calle a hombres marcados por la
justicia burguesa con el sello infame de lo juzgado a priori, catalogados por
la ciencia burguesa en diversos tipos de la criminalidad y la delincuencia.
Sólo en una apasionada atmósfera social, cuando las costumbres y la mentalidad
predominante han cambiado, puede suceder algo semejante. La libertad hace
libres a los hombres, ensancha el horizonte moral, hace del peor malhechor bajo
el régimen autoritario un mártir del deber, un héroe de la honestidad. Dicen en
un periódico que en cierta prisión estos malhechores han rechazado la libertad
y se han constituido en sus guardianes. ¿Por qué no sucedió esto antes? ¿Por
qué las cárceles estaban rodeadas de murallas y las ventanas enrejadas? Quienes
fueron a ponerles en libertad debían ser muy distintos de los jueces, de los
tribunales y de los guardianes de las cárceles, y los malhechores debieron
escuchar palabras muy distintas a las habituales cuando en sus conciencias se
produjo tal transformación que se sintieron tan libres como para preferir la
segregación a la libertad, como para imponerse voluntariamente una expiación.
Debieron sentir que el mundo había cambiado, que también ellos, la escoria de
la sociedad, se había transformado en algo, que también ellos, los segregados,
tenían voluntad de opción.
Este es el fenómeno más grandioso que la iniciativa del
hombre haya producido. El delincuente se ha transformado, en la revolución
rusa, en el hombre que Emmanuel Kant, el teórico de la moral absoluta, había
anunciado, el hombre que dice: la inmensidad del cielo fuera de mí, el
imperativo de mi conciencia dentro de mí. Es la liberación de los espíritus, es
la instauración de una nueva conciencia moral lo que nos es revelado por estas
pequeñas noticias. Es el advenimiento de un orden nuevo, que coincide con
cuanto nuestros maestros nos habían enseñado. Una vez más la luz viene del
Oriente e irradia al viejo mundo Occidental, el cual, asombrado, no sabe más
que oponerle las banales y tontas bromas de sus plumíferos."