La II República fue
verdaderamente la “toma del poder” –en muy diversos terrenos- por la llamada “generación
de los intelectuales”, es decir, la generación de 1914, la de Machado, Ortega, Azaña
, Negrín y, SOBRE TODO, Unamuno. Seguían los consejos de este último de intentar contribuir
a la cultura universal. Casi todos sus integrantes fueron becarios, fuera de
España, de la Junta para la Ampliación de Estudios, salvo Negrín cuya familia
de la burguesía exportadora canaria, pudo pagar sus estudios en Alemania, como
ya vimos.
Pero la generación de Ortega de
la República quiso también cambiar las estructuras políticas de España. Estas
ideas republicanas venían de atrás. En marzo de 1914 Ortega había dicho: “En
historia, vivir no es dejarse vivir; en historia, vivir es ocuparse muy
seriamente, muy conscientemente, del vivir, como si fuera un oficio. Por eso es
menester que nuestra generación se preocupe con toda conciencia, premeditadamente,
orgánicamente, del porvenir nacional. Es preciso hacer una llamada enérgica a
nuestra generación.” Tuvieron la suerte de no participar en la I Guerra Mundial,
donde cayeron en los campos de batalla muchos de sus coetáneos europeos.
El primero que oyó el llamamiento
de Ortega fue el empresario vasco papelero y editor Nicolás de Urgoiti, quien
fundó y financió el Diario El Sol, un diario liberal dedicado a la transformación
política de España, al que, poco después se sumaría su hermano El Liberal, de Bilbao. “Liberalismo y
modernidad, entrega sustancial del poder a fuerzas democráticas dirigidas o
auxiliadas por hombres nuevos que transformen la estructura de España…” De ahí
que, al proclamarse la II República, Ortega y su generación sentían que había
empezado a realizarse el sueño de sus años mozos. Mas también para una gran
parte de la población española la primavera de 1931 fue el júbilo de sentir a
España dentro de la historia moderna de Europa, en sincronía política con los países
más avanzados del mundo. Pero los intelectuales toparon con una tozuda
realidad: se demostró que la realidad social española no estaba preparada para
una transformación como la intentada por los intelectuales de la generación de
1914.
El giro que dio España hacia la
democracia en 1931 iba en contra de las tendencias imperantes en la Europa de
la época. Mientras que otros países europeos tomaban derroteros conservadores o
hacían experimentos hacia el fascismo, e incluso la Unión Soviética ponía el
freno estalinista a su revolución, el gobierno español puso en marcha un
programa pedagógico revolucionario. Los electores españoles habían mostrado su
rechazo a la monarquía manifestándose a favor de la república, y la coalición
republicano-socialista estaba convencida de haber recibido el mandato para
acabar con los abusos de los reyes, militares y de las oligarquías forjando una
nueva nación basada en los principios de la justicia, la libertad y la igualdad.
Hubo bastantes diputados
socialistas y republicanos que habían pasado por la Institución Libre de
Enseñanza, e inspirados por ello pensaban que su tarea consistía en crear un
conjunto de ciudadanos que se identificaran como españoles, y para conseguir
dicho objetivo intentaron configurar una identidad nacional cohesionada con el
cemento de la cultura. Por ejemplo, estaban convencidos de que si ponían ante
el pueblo una serie de creaciones culturales comunes –tales como el Quijote de
Cervantes o Las Meninas de Velázquez-, caerían las barreras sociales y
económicas existentes entre la población rural y urbana, uniendo a la gente “atrasada”
del campo con los “progresistas” de las ciudades.
Fernando de los Ríos, ministro de
Instrucción pública de la República decía refiriéndose a las “Misiones
Pedagógicas” que recorrían comarcas más o menos rurales y aisladas, llevando
obras de teatro, poemas, canciones, etc. : “Intentábamos resucitar en la mente
del campesinado los valores culturales creados por sus antepasados. Pretendíamos
hacer que fuera consciente de su historia, despertando en él un sentimiento de
verdadera “Hispanidad”-y la Hispanidad propiamente dicha significa ni más ni
menos que una conciencia de los ideales
y aspiraciones del pueblo español-. Eso es lo que pretendíamos hacer…poniendo
al campesino en contacto con las grandes obras creativas de la conciencia
colectiva española”.
Esa cultura común –que, como es
natural, ponía de relieve ante todo los valores urbanos y castellanos- debía
paliar las fisuras causadas por las diferencias de clase, de religión y de
región, y se convertiría en una importante vía de integración de las masas en
la nueva estructura política y social de España. Y aún lograría más cosas. Esa
cultura común modernizaría y, por consiguiente, europeizaría España, haciendo
que el país pudiera rivalizar con otras naciones europeas en poder e
influencia. La pluralidad de la coalición, republicanos, socialistas y
catalanistas y sindicatos, dificultaron la labor a la hora de ponerse de
acuerdo en la metodología, sobre todo los catalanistas que rechazaban de plano
esa unidad cultural y nacional.
Se tomaron las ideas pedagógicas
más avanzadas del momento. E intento de laicismo de la Tercera República
francesa; modernos modelos procedentes de la revolución rusa y de la mexicana,
que insertaron con las ideas culturales autóctonas como las Misiones
Pedagógicas. La mayoría de los intelectuales republicanos y socialistas
pensaban que la democracia, la unidad nacional y el progreso sólo podían
alcanzarse mediante una cultura común. Versiones comunes sobre el pasado
español. El ministro republicano Marcelino Domingo decía: “…Donde la cultura
falta, el sistema democrático se pervierte, se esteriliza, se desfigura o cae,
no por la presión, sino por la interna consunción”.
Por eso se propusieron la
creación de una gran infraestructura educativa. En apenas cuatro años se construyeron más de 3.000
escuelas en España con maestros impregnados por los principios y valores de las
nuevas metodologías pedagógicas. Además de las Misiones Pedagógicas, la Barraca
y un sinfín de iniciativas autónomas y libertarias. Que visitaron má de 500
pueblos con sus actores, sus gramófonos, sus poemas y bibliotecas ambulantes.
Las derechas los consideraban una desnacionalización y descatolización de los
españoles., porque hablaban de las Españas y despertaban el espíritu crítico de
los campesinos.
Por eso los maestros se fueron
convirtiendo, junto a los sindicatos, los obreros y jornaleros y partidos políticos en
los principales enemigos de clase y de modelo de país. Cuando llegó la hora de
la guerra la propaganda del clero y de las derechas hicieron que uno de los
focos de la represión se cebará en los maestros y maestras republicanos, que
fueron depurados, apartados de su profesión, trasladados a otras provincias,
encarcelados y directamente asesinados durante la guerra y la postguerra...PERO ESO YA SERA OBJETO DE OTRA ENTRADA EN ESTE BLOG.