Demócrito, a no confundir con mi padre, a quien llamaban “Demófilo” fue un sabio atomista de la antigua
Grecia. Nació en Abdera, Tracia, hacia el 460 a. C. y murió hacia el 370 a. C.)
Fue discípulo de Leucipo. Se le llama también
"el filósofo que se ríe" y su nombre significa “El elegido del pueblo”. Fue el descubridor de los átomos veinticuatro siglos antes de la "era atómica".
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Cuentan que viajó por Egipto, donde vivió cinco años y aprendiendo
geometría, también visitó el antiguo reino de Etiopía, Mesopotamia, Babilonia,
Caldea y Persia y que incluso llegó a la India en busca de la fuente de los
conocimientos. Había adquirido dinero para viajar de la herencia que le dejó su
padre a él y a sus dos hermanos; le correspondieron cien talentos. Conocemos
esto porque escribió precisamente su obra el Gran Diacosmos para defenderse de
las posibles acusaciones que se hacían a aquellos que malgastaban la herencia
de sus padres.
Siendo ampliamente ignorado en Atenas durante su vida, la
obra de Demócrito fue bastante conocida sin embargo por Aristóteles, que la
comentó extensamente.
La razón de que no adquiriera fama fue que él mismo
"no se cuidó de ser conocido; y aunque él conoció a Sócrates, Sócrates no
lo conoció a él." Asimismo asistió a oír a los pitagóricos. Es famosa la
anécdota que Platón detestaba tanto a Demócrito que quería que todos sus libros
fuesen quemados. Se dice que estuvo a punto de quemarlos pero que se lo
impidieron los pitagóricos Amiclas y Clitias aludiendo que era inútil pues ya
sus escritos circulaban en muchas partes.
Hay anécdotas según las cuales Demócrito reía muy a menudo
irónicamente ante la marcha del mundo, y decía que la risa torna sabio, lo que
lo llevó a ser conocido, durante el renacimiento, como "el filósofo que
ríe". Mairena lo imagina con el "ceño sombrío" y esbozando una sonrisa ante su redescubrimiento de sus teorías sobre el átomo y otras "veinticuatro siglos mas tarde"
El filosofo ingles sir Francis Bacon, el padre del empirismo el siglo XVII cita a Anaxágoras con sus homomerias y a Demócrito
y sus átomos,
para afirmar que los sentidos son infalibles y constituyen la fuente de todos
los conocimientos. Y lo citan Carlos Marx y Federico Engels como precedentes del materialismo y el ateísmo.
La ética de Demócrito se basa en el equilibrio interno,
conseguido mediante el control de las pasiones por el saber y la prudencia, sin
el recurso a ninguna idea de justicia o de naturaleza que se sustraiga a la
interacción de los átomos en el vacío. Según Demócrito, la aspiración natural
de todo individuo no es tanto el placer como la tranquilidad de espíritu
(eutimia); el placer debe elegirse y el dolor, evitarse, pero en la correcta
discriminación de los placeres radica la verdadera felicidad. Discriminando los
placeres que a la larga producen dolor.
Al negar a Dios y presentar a la materia como autocreada, e
integrada por átomos, se convirtió en el primer ateo y en el primer
materialista (atomista). Los cambios físicos y químicos se debían a la física
no a la magia.
Dice el verdadero Juan de Mairena:
“Según Demócrito, lo dulce y lo amargo, lo caliente y lo frio, lo amarillo y lo verde, etc. no son mas que opiniones; solo los átomos y el vacío son verdaderos”. Para Demócrito, opinión era un conocimiento oscuro, sin la menor garantía de realidad. Claro esta que todo esto es una opinión de Demócrito que nadie nos obliga a aceptar. Sin embargo la ciencia ha ido formando a través de los siglos, una concepción del Universo puramente mecánica, que lleva implícita la opinión de Demócrito, la cual, mutatis mutandis, ha llegado hasta nosotros, pobres diablos que estudiamos la física, con algunos lustros de rezago, en las postrimerías del siglo XIX. No es fácil, pues, que podamos reírnos de Demócrito, sin aparentar, vanamente, una ignorancia mayor que la nuestra, que ya es, de suyo, bastante considerable. Y yo os pregunto, si aceptamos la opinión de Demócrito, con todas sus consecuencias, ¿Qué somos nosotros, meros aprendices de poeta, enamorados de lo dulce, y lo amargo, lo caliente y lo frio, lo verde y lo azul, y de todo lo demás –sin excluir lo bueno y lo malo- que en nada se parecen a los átomos, ni al vacío en el que estos se mueven? Seriamos el vacío del vacío mismo, un vacío en el que ni tan siquiera se mueven los átomos. Meditad en lo trágico de nuestra situación. Porque, aunque lográramos recabar para nosotros una sombra de ser, una realidad mas o menos opinable, siempre resultaría que los átomos pueden ser sin nosotros y nosotros no podemos ser sin ellos. Y esto es para nosotros más trágicamente desairado que la pura zambullida en la nada.”
Preciso es que tomemos posición, como dicen los filósofos, posición defensiva, digo yo, de gatos panza arriba ante esta vieja concepción del gran filosofo de Tracia. El escepticismo, que lejos de ser, como muchos creen, un afán de negarlo todo, es, al contrario, el único medio de defender algunas cosas, vendrá en nuestro auxilio. Vamos a empezar dudando de la existencia de los átomos. Vamos, después a aceptarla, pero con ciertas restricciones . aunque sea cierto que nosotros no podemos ser sin los átomos, puesto que al fin estamos de ellos compuestos, no es menos cierto que ellos tampoco pueden ser sin nosotros, puesto que al cabo ellos aparecen en nuestra conciencia (...)
Cantemos al gran Demócrito de Abdera, no solo por lo bien que suena su nombre , sino ademas, y sobre todo, porque a través de veinticuatro siglos, aproximadamente... (Mairena no estaba nunca seguro de sus cifras...[y yo tampoco]), vemos o imaginamos su ceño sombrío, de pensador en el acto magnifico de desimaginar el huevo universal , sorbiéndole la clara y yema, hasta dejarlo vacío, para llenarlo luego de partículas imperceptibles en movimiento mas o menos aborrascado, y entregarlo así a la ciencia matemática del porvenir. Fue grande el acto poético negativo, desrealizador, creador -en el sentido que daba mi maestro a esta palabra- del celebre Demócrito. Nosotros hemos de cantarle sin olvidar en nuestro poema aquel humor jovial -¡Quien lo diría!- que le atribuye la leyenda y la nobleza de su vida y la suave serenidad de su muerte."
Juan de Mairena, XII, (Sobre Demócrito y sus átomos )