jueves, 14 de marzo de 2013

Fumata blanca, Papa Negro. "Por sus frutos los conoceréis" (Mateo, 7.16)



¿Por qué filósofos y políticos ilustrados del siglo XVIII odiaron a los jesuitas? ¿A qué intereses servían los más ilustrados de los defensores del Papa? Tras la fumata Blanca, un Papa Negro


Viene esto a cuento de la elección como Papa, del arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio. Ya se han levantado voces que recuerdan algunas manchas oscuras en su biografía durante la dictadura de los 70 en Argentina, se le caracteriza por su conservadurismo doctrinal, en cuestiones como el matrimonio homosexual, frente a su proselitismo social a favor de “los pobres”.Pdero cuando ha podido manifestar este compromiso con los pobres y los oprimidos, durante la dictadura argentina, al parecer no fue todo lo contundente que se le aprecia ahora. Hay que tener en cuenta que según sus cuentas, el 44 % de los católicos que hay en el Mundo, son Latinoamericanos. Son los nietos de los convertidos con la espada y con la Cruz y los hijos de los conquistadores desde 1492 hasta las oleadas emigrantes de españoles, portugueses e italianos hasta bien entrado el siglo XX. Es una de las reservas del catolicismo, pero también unas tierras en las que se están dando movimientos peligrosos al sistema del que la jerarquía católica forma parte, algunos de ellos, han prendido entre los católicos de los países latinoamericanos…¿Trata la jerarquía católica de responder a este reto, disputando de nuevo al socialismo el discurso de los pobres, de una emergencia social de la que no ha sido protagonista como institución, aunque haya podido haber miembros de esa iglesia que sí lo hayan sido, la llamada teología de la Liberación? ¿Han oído ustedes alguna palabra sobre esto en los medios oficiales…Sí se ha escuchado su oposición a algunas medidas como la legalización del matrimonio homosexual, del gobierno Kirchner.... Sea ésta sólo una modestísima aportación histórica.

Hace unos 250 años, los jesuitas también dieron mucho que hablar…
Las causas del odio que la Compañía de Jesús se había atraído en los ambientes ilustrados del siglo XVIII son complejas, pero podrían sintetizarse en dos: su carácter de “milicia de la Iglesia”, en primera línea del gran debate ideológico de la época y el poder y la inmensa influencia que los jesuitas habían alcanzado en todo el mundo. Confesores de muchos monarcas europeos, entre otros de los reyes de Francia, desde Enrique IV, con una importante prestigiosos colegios en los que se formaron no pocas de las grandes figuras intelectuales del siglo: (Voltaire, Prévost, Diderot, Buffon, Morellet, Raynal), lanzados a empresas misionales de extraordinaria importancia y manejando cuantiosos fondos, en torno a ellos se creó el mito de una poderosa “secta” secreta que aspiraba a dominar el mundo sin reparar en los medios. Ya en siglo XVII, el clima antijesuítico fue muy fuerte en Francia, y la enconada disputa conj los renovadores jansenistas, en la que finalmente triunfaron aunque a costa de perder muchas simpatías (se cita un famoso libelo de Pascal, Las cartas provinciales, en las que ataca la casuística acomodoticia que se atribuía a la orden), contribuyó a su descrédito.
Los “Filósofos de la Ilustración” tienden a ver en la Compañía el símbolo vivo del Oscurantismo, el fanatismo y el afán de poder de la Iglesia, y no le ahorran ataques de todo género, mientras que la opinión pública le es cada vez más adversa y grandes sectores de la Iglesia francesa se enemistan también, al ver a los jesuitas en los “agentes” del Papa. Sin embargo, paradógicamente, en el siglo en el que arranca la campaña antijesuítica que culminará con la disolución de la órden, el papel de los discípulos de San Ignacio dista de ser, en conjunto, enteramente retrógrado, y en ocasiones incluso pueden parecer más modernos que los propios “filósofos” que los combatían en nombre de “las luces”.
Los jesuitas se vieron envueltos en dos grandes escándalos que contribuyeron a la disolución y expulsión de la orden. Vistos desde nuestra visión del siglo XXI parecen más bien indicios de vitalidad progresista que de corrupción que es como fueron percibidos mayoritariamente en la época. Un asunto tuvo que ver con la aceptación de ciertos ritos chinos para la liturgia cristiana, lo que no fue sino una acomodación ecléctica que se había llevado a cabo desde tiempo inmemorial por los misioneros para ampliar su base mediante la integración de ritos perfectamente paganos en la liturgia cristiana, lo que se ejemplifica en múltiples casos e incluso la evangelización en la lengua propia de los evangelizados...
La otra polémica tuvo que ver con el asunto de las reducciones jesuíticas del Paraguay, el llamado “Reino Jesuíta”, del Nuevo Mundo, con una organización que bien parece un anticipo de concepciones del socialismo indigenista y bolivariano actual. Fueron muchos los filçósofos que no les regatearon sus elogios, así, Voltaire , Montesquieu, Buffon, D’Alambert, Raynal y otros, nada sospechosos de simpatías clericales los alabaron…
Pero hubo otro escándalo, aunque menor, sin duda más llamativo, el de la bancarrota, en 1760 del padre Lavalette, en palabras de un histortiador católico” un sorprendente filibustero con sotana, que se había creado en las Antillas un pequeño imperio colonial”, atizó los odios antijesuíticos, provocando la supresión de la Compañía en Portugal en 1759,  Francia en 1762 y en España en 1767. En 1773, ante la petición d los monarcas católicos de toda Europa, Clemente XIV disolvió la Orden. A lo que se opusieron Federico II de Prusia y Catalina II de Rusia, que acogieron a muchos de los jesuitas dispersados. D’Alambert cantó victoria, pero Voltaire se mostró más cauto, acogió en sus propiedades a alguno de ellos y le recordó a D’Alambert, no sin ironía, el refrán que dice “mejor malo conocido que bueno por conocer”…
La Pragmática Real de Carlos III de expulsión de los Jesuitas de sus reinos, en 1 de abril de 1767 decía: “ ..estimulado de gravísimas causas relativas a la obligación en que me hallo constituido de mantener en subordinación, tranquilidad y justicia mis pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias que reservo en mi real ánimo….”
El encargado de instruir la causa contra los jesuitas españoles fue el ilustrado asturiano  Pedro Rodríguez de Campomanes, (Tineo, 1723-Madrid, 1802) Ministro de Hacienda del primer gobierno de Carlos III, en 1760 presidido por el primer ministro Conde de Floridablanca y despojado de sus cargos ante el temor que despierta en el rey Carlos IV la Revolución francesa en 1789. Campomanes, es el ministro ilustrado español encargado de redactar el informe secreto que motivará la expulsión de los Jesuitas de los reinos de España: En dicho informe se lee: “¿Qué prudente Estado viviría tranquilo nutriendo en sus entrañas un veneno oprimido, un resto depositado de aquella infección letal que le puso a los extremos de la enfermedad?” En dicho informe se acusa a los jesuitas de ser una peligrosísima organización proclive a conjuras y sediciones, un cuerpo ambicioso y poderosísimo que sirve a una potencia extranjera: “Los Estados Pontificios” (Entonces más amplios y lindantes de las posesiones de Carlos III en el Reino de las dos Sicilias) y de estar detrás de los motines de 1766. Pero los jesuitas expulsados de España a los Estados Pontificios, no podrán fondear en Civitavechia, y serán, después de un largo y azaroso viaje confinados a Córcega, antes de ser trasladados a los territorios pontificios. Después de mucho tiempo, fueron los borbones los que los reintegran a sus territorios italianos. 

En definitiva, los Jesuítas fueron concebidos por los ilustrados del siglo de las luces como los más peligrosos opositores al progreso de las ideas. Sin duda por su caracter intelectual y también por su capacidad para organizar alternativas a los proyectos ilustrados. Aunque algunas, como las reducciones jesuíticas, parecieran incluso más progresistas que las actuales de la Teología de la Liberación. "Por sus frutos los conoceréis"  (Mateo, 7.16)




Uno de los Jesuítas que se salvaron de la expulsión fue el jesuita vasco Manuel de Larramendi padre del protonacionalismo vasco, al que dedicaremos próximamente otra entrada en este blog.

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